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martes, 29 de junio de 2010

Escritora


Existen veces, pequeños momentos, en los que pienso si mi futuro podría ser el de una escritora. Si es que yo sería capaz de abandonar mi sueño de toda una vida, estudiar medicina, por; tardes de escritura, amaneceres de lecturas y tazas de dulce café. Suena bien, suena muy bien.

En la vida te aconsejan seguir aquello que te apasiona e ir a por ello. Y a decir verdad… ¡Me encanta escribir! Como he mencionado antes, soy muy mala para expresar mis sentimientos en personas, pero al tomar una lapicera (odio escribir con lápiz grafo porque se borra lo que escribes al pasar los dedos sobre el texto) y una hoja, las palabras parecen salir puras y raudas para plasmarse en mi pequeño cuaderno verde.

Yo escribo porque me gusta hacerlo, pero si fuese escritora tendría que ser capaz de vivir de ello. Poder pagar mis gastos y gustos con mi propio dinero, que habría de hacer con la venta de mis publicaciones. Me pregunto si alguien las leería. Deberían hacerlo, es decir, descartando a la familia y los amigos, siempre hay alguien más que leerá tus textos. La pregunta es; ¿Qué sucederá después de ello? Esa persona tendría las opciones de; calificarlo como su favorito, recomendárselo a un amigo, tirarlo a la basura cuando haga limpieza de estantes y baúles o simplemente venderlo a bajo costo, para que luego termine en una feria barata de libros usados. En donde, quizás, una señora, dueña de hogar posiblemente, lo lea y diga” que escribe bien la chiquilla”, o lo más probable “no entendí a las finales de qué hablaba”. Sería difícil no agradarle al público, pero les guste o no, escribiré siempre aunque no publique todo.

Si estudio medicina puedo seguir escribiendo en mi tiempo libre, algo así como un hobby. Escribir sobre mis días como interna, las extrañas circunstancias por las que llegan pobres señoras al los hospitales regionales, lo mucho que me divertiría diseccionando cuerpos en la morgue ¡De lo que quisiera!

En cambio si me dedico a escribir, podría arrepentirme de no haber gastado otros trece años de mi vida estudiando lo que había planeando toda mi vida. Lo que me haría deprimirme y escribir textos con carencia de esa dicha en la vida, como la que suele tener siempre el resto (o la que parecen tener). Lo cual es irónico porque nunca sigo planes y, es también la forma en la que escribo ahora.

martes, 15 de junio de 2010

De los errores no se aprende.


¿Que de los errores se aprende? ¡Mentira! Es una cruel mentira, que enciende ilusiones en los desdichados y encierra en un grupo a la gente en general, pues no especifica quiénes son los que aprenden. Lo que sí sé es que yo no, no aprendo mucho de los errores, soy demasiado terca para hacerlo.

¿Quién o qué es denominado error? Si se lucha por una persona y ésta no te corresponde, no es un error sino una experiencia. NO sabes si te dice la verdad cuando afirma no sentir lo mismo, y suele ocurrir que luego se dan cuenta de que sí sentían algo.

No llamemos error a todo lo que no resulta tal cual lo trazamos en nuestra mente. Dejemos de auto-declararnos unos fracasados pero con el “consuelo” de que estamos aprendiendo de ello. Lo que no resulta una o dos veces no significa necesariamente que jamás funcionará, porque el mundo, el tiempo, el contexto, las personas y los sentimientos: CAMBIAN.

jueves, 10 de junio de 2010

5 dreams, 4 deaths


Hace unas noches atrás tuve 5 sueños que se separaban porque después de cada uno me despertaba y estaba destapada. Luego me abrigaba y me volvía a dormir. En 4 de los 5 sueños yo moría (tanto porque me mataban o yo misma me mataba). Describiré sólo el que me dejó más desconcertada de todos.

Estaba yo en mi casa con una amiga y por algún motivo habíamos secuestrado a dos personas de mi colegio y los teníamos sentados en el comedor, un chico y una chica. Sólo recuerdo quién era el hombre, un chico normal de 4to medio llamado Cristóbal con el que he hablado sólo un par de veces. La chica no recuerdo quién era. Y en el patio trasero de mi hogar se hallaba un tercer secuestrado, atado y sentado en la tierra el cuál no teníamos vigilado tan bien como los otros dos. Pero la diferencia es que no era un joven o un alumno, sino un hombre ya de edad (aproximadamente 45 años) con lentes, de camisa verde y un tanto calvo. Estábamos interrogando a los dos secuestrados que estaban atados a las sillas en el comedor cuando de repente el hombre del patio se escapa por la puerta que da a la salida de mi patio, se libera de las cuerdas que lo ataban y de manera extraña abre la puerta principal de mi casa y grita “¡Ya son libres!¡Corran!”. Cuando sucede esto, Cristóbal se levanta de su silla, luego de que mágicamente las cuerdas se soltaran solas y cayeran al suelo, decidido a darme muerte. Mientras él con dificultad termina de liberarse de sus ataduras yo corro a la cocina y tomo un cuchillo regular, con los que día a día corto la carne de mi almuerzo. Me paro a un lado de la puerta de entrada junto al teléfono que debería comunicar con la portería de mi condominio pero que ya no funciona. En un instante muy breve pienso que si de todas formas moriré, prefiero ser yo la que acabe con mi propia vida en vez de otra persona. Así que con el filo del cuchillo recorro mi cuello cortando horizontalmente debajo de mi barbilla. Todavía recuerdo aquellos segundos de tanta intensidad, con cada detalle. Pueden encontrarme extraña, incluso pensar que aquel sueño me dejó perturbada. Pero debo admitir que se sintió muy bien. Sentí cómo rápidamente la sangre comenzaba a salir, rápido pero caía lentamente llegando hasta mi pecho, con una tibieza exquisita. Ese corte no fue sólo un corte simple, sino el corte que separó mi alma lentamente de mi cuerpo, dejando todo lo malo en el mundo terrenal, librándome de toda culpa y todo mal sentimiento. Fue un corte liberador, el corte del final. Luego sentí un leve hormigueo que comenzó en mi cara, bajó por mi cuello y pecho y se empezó a dispersar por mi cuerpo. Me hizo sonreír aquel extraño cosquilleo.

Finalmente comencé a caer con lentitud para estrellarme contra el suelo. Pero mientras caía desperté un tanto asustada. Froté desesperadamente mi cuello, seguía normal e intacto sólo colgaba un collar que ya está roto pero no me lo quito porque no tengo otro que sea igual de pequeño y simple. Me cubrí con las tapas para volver a dormir y seguir soñando.